16 abril, 2021
Pep Montes
Pep Montes
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¿Y si el problema fuera la palabra? (II)

Segunda parte del artículo de Pep Montes sobre la dificultad de las políticas culturales y de juventud para empatizar con las motivaciones de lxs jóvenes de Catalunya. Aquí el autor plantea qué cambio de estrategia sería necesario para trabajar desde sus propias prácticas e intereses.

Vuelve a la primera parte del artículo

 

 

 

¿Cómo lo hacemos?

 

No hay que dar respuesta a los interrogantes planteados hasta aquí para darnos cuenta que hace falta, por un lado, un cambio de perspectiva técnica en las políticas que buscan conexión entre los jóvenes, la cultura y la creatividad y, por otro lado, modificar los criterios temporales y económicos con los que construimos las políticas. Tenemos que hacer las cosas de manera diferente, tenemos que sostener los cambios en el tiempo para consolidar la eficacia, y tenemos que cambiar la prioridad del gasto. Veámoslo.

 

 

 

Salgamos de las instituciones

 

La premisa con la que trabajan la mayoría de departamentos, instituciones o equipamientos culturales cuando se plantean una aproximación a los jóvenes es la voluntad de construir ofertas que capten su interés para atraerlos. Que vengan a nuestro equipamiento y descubrirán un mundo nuevo. Podría parecer una actitud muy progresista porque propone modificar el propio discurso para adaptarse a unos intereses diferentes, pero este planteamiento topa con dos dificultades esenciales. La primera es que observa a los jóvenes como un todo homogéneo, como si sólo hubiera una manera de ser joven. Si hacemos las cosas de una determinada manera, los jóvenes vendrán. Esta manera no existe. O, mejor dicho, hay miles de maneras diferentes de ser joven. No tenemos una fórmula magistral. Y la segunda dificultad es que, seguramente de manera involuntaria, tiene un trasfondo paternalista. Propone a los jóvenes que descubran la cultura como si ellos no supieran qué es o no hicieran prácticas culturales. Cómo si su vida fuera un desierto en términos culturales. Ya hemos explicado que, si algo no les falta son actividades de ocio, lúdicas, expresivas, sociales o comunitarias, actividades a las cuales deberíamos poder aproximarnos sin ningunearlas. Y esta es la clave. Antes de ofrecerles algo que imaginamos les puede interesar, tenemos que saber con certeza qué les interesa. Pero es muy difícil conocer la realidad a distancia, detrás de las cuatro paredes de nuestra institución o equipamiento ¿Cuántos equipamientos culturales disponen de algún profesional (no nos atrevemos a decir un equipo) destinado a hacer un trabajo en medio abierto? Un educador, un mediador, un prospector, un investigador… ¿Una persona, al fin y al cabo, con la misión de descubrir prácticas culturales o artísticas relacionadas de cerca o de lejos con las finalidades de su institución, realizadas por jóvenes o colectivos juveniles en sus entornos de confianza?

 

 

 


¿Cuántos equipamientos culturales disponen de algún profesional (no nos atrevemos a decir un equipo) destinado a hacer un trabajo en medio abierto? 


 

 

 

Más observación y menos intervención

 

El lenguaje nos delata. Hablamos de intervenciones cuando explicamos qué tareas o actuaciones realiza nuestra institución. Pero si nuestro propósito inicial es conocer, la simple idea de intervención es contraproducente. Cuando intervienes modificas, alteras, transformas. Si queremos conocer intereses y prácticas juveniles, nos tenemos que contener y tenemos que evitar la irrupción torpe en sus espacios de expresión. Haría falta, simplemente, observar. Conocerlos. Interesarnos tanto por sus prácticas como por la significación que les dan. Tenemos que desprendernos del paternalismo. Lo que hacen los jóvenes ya era interesante antes de que nosotros llegáramos. Hace falta, por lo tanto, adoptar una actitud respetuosa, incluso humilde, para descubrir cómo es el mundo en el cual los jóvenes se sienten cómodos, para tener alguna posibilidad de entender qué cosas hacen y porqué las hacen.

 

 

 

Altavoz

 

Otra de las expresiones habituales cuando trabajamos con los jóvenes es la voluntad de “darles voz”. Otra vez, con la mejor de las intenciones (sí, ¿verdad?), tendemos a ningunearlos. Los jóvenes ya tienen voz y, de hecho, la usan constantemente. Lo que les falta, probablemente, es un altavoz, la capacidad de ensanchar el radio de su influencia, la posibilidad de ir un poco más allá de su entorno de confianza. Una vez hemos salido de la institución y hemos observado qué hacen, el primer paso y el más efectivo de nuestro trabajo no consiste en modificar o alterar su actividad, sino en hacerla visible y audible. Darles la posibilidad que aquello que hacen y dicen, sea lo que sea, llegue un poco más allá. Identificar las formas de expresión juvenil y tensar las costuras de los mecanismos de difusión (medios, exhibición, distribución) para que se abra alguna rendija a través de la cual puedan colarse.

 

 

 

¿Reconocimiento o valor?

 

¿Los jóvenes quieren ser reconocidos? Todo el mundo quiere reconocimiento. Pero no a expensas de desvirtuar aquello que hacen, dicen o piensan. Ya hemos visto que una concepción monolítica de lo que entendemos por cultura dificulta que los jóvenes identifiquen aquello que hacen y les interesa como parte de este mundo que perciben como serio, institucional y poco flexible. Si reconocer sus formas de expresión implica entrar en este mundo de reglas predeterminadas, será difícil que tengan ningún interés en ello. Si, efectivamente, hemos intentado limitar nuestra “intervención”, si observamos sus formas de expresión no para interpretarlas sino para entenderlas, si les facilitamos algún recurso para convertirlo en altavoz… Entonces, la lógica de este tipo de actuación nos lleva a dar valor a sus prácticas. Les diremos que lo que hacen, al margen de valoraciones estéticas o morales, es interesante por sí mismo, por el simple hecho que es el mecanismo de expresión que han elegido y porque ellos le dan un significado. Y cuando conferimos valor a una práctica, en el fondo lo que estamos diciendo es que llevarla más allá del contexto en el que nace es deseable. Decimos, de hecho, que es una aportación a la comunidad. Y es en este punto cuando realmente estamos empezando a generar un puente entre lo que canónicamente entendemos como cultura y las formas de expresión vivas y actuales de los jóvenes. Les estamos diciendo que lo que ellos hacen enriquece y mejora el capital cultural de la comunidad.

 

 

 

La conexión

 

Sólo cuando hemos hecho un recorrido similar al que hemos descrito hasta aquí, para aproximarnos, observar, entender, hacer de altavoz y dar valor a prácticas culturales y artísticas que hasta ahora desconocíamos, es cuando tiene sentido generar lazos entre las instituciones, sus contenidos, sus programas de difusión y las posibles vías de programación e intervención en relación con los jóvenes. Al reconocer el valor de su actividad les damos carta de naturaleza como agentes activos de la comunidad. Puesto que aceptamos su voz y le ofrecemos un altavoz para hacerla audible pueden interactuar, también, con los contenidos y el discurso de las instituciones y equipamientos. Pueden opinar, criticar, transformar, modificar, reproducir o, porqué no, imitar. Construyen un nuevo criterio o discurso que nace del cruce entre los contenidos que ponemos a su disposición y su voz, consolidando una nueva posición como agentes culturales. Desde este punto de vista, la institución está pidiendo a los jóvenes que propongan una perspectiva diferente, basada en su voz singular, para interpretar los contenidos de los centros culturales y ofrecerlos bajo el foco de una nueva luz, nacida de los intereses, sensibilidad y estilos juveniles. Les tratamos, de este modo, como agentes culturales plenamente válidos, con capacidad de crear algo nuevo, y no sólo como vehículo de proyección de nuestros contenidos.

 

 

 

La transformación

 

Una institución cultural viva tiene que aceptar siempre la posibilidad de la propia transformación a partir de la interacción con sus usuarios. No tiene mucho sentido llenar nuestro discurso del deseo de atraer nuevo público si no ofrecemos a este público la posibilidad de expresarse a través del contenido que ponemos a su disposición y de la interpretación que hacen de ello. Si hemos tenido un mínimo éxito en la aproximación a los jóvenes, hemos dado valor a sus formas de expresión, y les ofrecemos herramientas para que lo continúen haciendo, ampliando su radio de acción e influencia, estaremos cultivando en ellos una pulsión creativa que tendrán que satisfacer con nuevas herramientas, técnicas y recursos. Es en este punto que visitar un museo será no sólo interesante en términos abstractos, sino útil en términos prácticos. Y quien dice un museo, dice un teatro, una biblioteca, una sala expositiva, un auditorio o cualquier espacio que acumule, organice y muestre contenidos culturales. Si la primera aproximación a un museo es a partir de la exposición de un conocimiento ya cerrado y definido, será difícil que la mayoría de jóvenes encuentren ahí una conexión con su mundo. En cambio, si esta aproximación se hace como vehículo para dar salida a unos intereses y contenidos netamente juveniles que antes hemos buscado, detectado y puesto en valor, el camino será mucho más llano.

 

 

 


Una institución cultural viva tiene que aceptar siempre la posibilidad de la propia transformación a partir de la interacción con sus usuarios


 

 

 

Un espacio diferente

 

Si aceptamos que en un centro cultural se tiene que generar discurso y algún tipo de producto creativo a partir de la interacción entre sus contenidos y la voluntad y los intereses de los usuarios, es necesario concebir un espacio que facilite esta función. No hay que transformar radicalmente nuestros equipamientos, pero quizás hay que añadir zonas complementarias en las que la visita activa de sus usuarios enriquezca e incluso transforme el discurso. Es necesario dejar una puerta abierta a esta transformación y, además, está claro, hay que promoverla. Y cuando nos referimos singularmente a los jóvenes, tenemos que asociar este espacio a la sensación de libertad. Es necesario un entorno amable y de confianza, con libertad de uso de los recursos disponibles que, por otro lado, tampoco es necesario que sean muy costosos. Una vez hemos atraído a los jóvenes, dando valor a sus propuestas e intereses, tenemos que corresponder a su visita con herramientas para que puedan desplegarlos y darles una nueva dimensión gracias al contacto y la relación con nuestro equipamiento. Un escenario, un micrófono, unos papeles, un mural, un equipo informático, una red, una zona de encuentro, una cartelera, un proyector, una mesa, acceso al contenido de la institución, acompañamiento profesional… Y dejar que pasen cosas.

 

 

 

Trabajamos para la mayoría

 

Es muy fácil caer en “la elitización” de los públicos de la cultura cuando las únicas ofertas de uso activo de los recursos de las instituciones se dirigen a aquellos que ya tienen un bagaje cultural o creativo definido. Es muy gratificante trabajar con los “iniciados”, porque la respuesta es inmediata, el resultado evidente y la posibilidad de lucimiento está garantizada. Pero, ¿es esta la misión central de un equipamiento cultural público? El reto esencial reside en la capacidad de aproximarse al común de la ciudadanía y, para el caso que nos ocupa aquí, al común de los jóvenes. Por eso es necesario trabajar con la perspectiva que sugerimos en este artículo: hay que salir a buscarlos. Si confiamos sólo en nuestra capacidad de atracción, recibiremos únicamente aquellos que tienen una predisposición al consumo cultural, ya sea por su capital educativo, por hábitos adquiridos, por contacto o relación con sectores creativos o por razón de su entorno socioeconómico. Es decir, la minoría. Ensanchar el radio de usuarios, en cambio, requiere conectar con algún interés o pulsión más general, que tenga posibilidad de éxito no porque rebaje el nivel del discurso, sino porque encuentre en algún elemento de la cultura el ensamblaje con una necesidad universal. Cuando hablamos de jóvenes nos referimos a personas que se encuentran en un momento vital de investigación y experimentación, dirigido a la construcción de una identidad que encuentra apoyo en las relaciones grupales y la socialización. Las pequeñas comunidades de intereses (grupos de iguales) en el marco de las cuales los jóvenes, con mayor o menor conciencia de estar haciéndolo, construyen su proyecto de vida, no son otra cosa que mecanismos de expresión. En función de las circunstancias y entornos de cada grupo, se expresan angustias, frustraciones o carencias, pero también deseos, ilusiones, desazones o inquietudes y, en cualquier caso, siempre son emociones que tienen que ser exteriorizadas de una manera u otra. Este es un elemento común en todos los jóvenes, adaptado a las circunstancias de cada cual. Y por eso tiene que poder ser, también, un vehículo universal para conectar con la cultura. Aquello que viven y hacen los jóvenes tiene valor, la cultura es el medio en el cual se despliega todo este capital humano y los departamentos, instituciones y equipamientos culturales tienen que poder ser un vehículo esencial para expresarlo.

 

 

 


El conocimiento de los intereses juveniles y de los estados emocionales con que los expresan hace necesario el trabajo de proximidad


 

 

 

Muchas y pequeñas

 

La voluntad de universalizar el acceso a los jóvenes a través del modelo que proponemos no pasa, lógicamente, por generar ofertas de servicio o actividad masivas, sino por multiplicar la cantidad y la frecuencia de actuaciones diversas en todo el territorio. El conocimiento de los intereses juveniles y de los estados emocionales con que los expresan hace necesario el trabajo de proximidad que, por definición, solo se puede articular a través del contacto directo con grupos de tamaño limitado. Es así como la técnica de aproximación e interactuación con los jóvenes debe desplegarse a través de múltiples actuaciones de pequeñas dimensiones, de manera periódica y sostenida en el tiempo.

 

 

 

Los profesionales

 

No hay trabajo de proximidad si no hay profesionales especializados que lo implanten. La aproximación y la capacidad de entender las lógicas de expresión juvenil hacen necesaria la creación de vínculos de confianza entre quienes despliegan la voluntad de servicio público de la cultura y los que tienen que ser su objeto de interés y sujeto de actuación. Es imprescindible, por lo tanto, generar equipos de educadores y mediadores que, con base en la institución o equipamiento cultural, trabajen en medio abierto, sobre el territorio. Tienen que combinar la capacidad clásica de conectar y generar vínculo emocional de los dinamizadores juveniles (políticas locales de juventud) con una cierta capacidad de conceptualización desde el punto de vista del arte y la creación (mediación cultural). Esta doble función se puede personificar en técnicos que incorporen las competencias necesarias o bien con equipos combinados desde unidades técnicas de intervención diferentes que ponen en común competencias y capacidades. Esta segunda opción, nada fácil de articular en la práctica, tendría la ventaja que las actuaciones servirían, al mismo tiempo, tanto a objetivos propios de las políticas de juventud como de las políticas culturales. Los optimistas que todavía creen en ello, podrían hablar de trabajo transversal. El dibujo ideal, por lo tanto, sería el de un programa diseñado, aprobado y ejecutado a la vez por un departamento de juventud y un departamento de cultura o un equipamiento cultural concreto.

 

 

 


Nuestro ideal es un programa diseñado, aprobado y ejecutado por un equipo mixto de profesionales de juventud y de cultura


 

 

 

El trabajo de estos equipos, tal como hemos ido apuntado hasta aquí, consistiría esencialmente en aproximarse a los jóvenes en sus entornos de confianza para conocer sus prácticas de ocio, expresión o diversión, con la máxima apertura y sin muchos límites teóricos. Al conocerlas, se identificaría el potencial de expresión pública que estas prácticas pudieran tener y la conexión con formas creativas o artísticas, vinculadas o no a disciplinas concretas. La conexión entre la voluntad prospectiva del proyecto público y los intereses de los jóvenes se podría traducir en la disposición de recursos o apoyos para que las prácticas juveniles crecieran, tuvieran más o mejor difusión, ganaran visibilidad y evolucionaran al combinar sus lógicas internas y el acompañamiento de los mediadores. El aprovechamiento de los recursos propios de la institución o el equipamiento vendría dado por el propio despliegue de la actuación, y la conexión con “nuevos” agentes culturales se habría completado, abriendo puertas de trabajo en el futuro inmediato desde la perspectiva, tanto de las instituciones culturales como de las políticas de juventud. Intersección.

 

 

 

Recursos humanos

 

Entendida y adoptada esta nueva estrategia de intersección entre lógicas institucionales y juveniles, la llave del éxito radica en la fuerza de trabajo. No se puede ir más allá de las paredes de la institución, pisar la calle para aproximarse a los espacios de confianza juvenil y mediar sobre el territorio sin una dotación significativa de recursos humanos. Se pueden hacer tantas elucubraciones tecnocráticas como se quiera, pero la combinación de las tareas socioeducativas y de mediación cultural sólo se puede llevar a la práctica con profesionales que ejerzan sus funciones de servicio público desde esta perspectiva. Sin una nueva apuesta por los recursos humanos destinados a estas tareas, todos los planteamientos teóricos quedan reducidos a cero.

 

 

 

Sin exclusiones

 

El modelo de trabajo que hemos desarrollado aquí tiene que coexistir, naturalmente, con otras líneas de actuación y en ningún caso no se plantea como excluyente. Más bien al contrario: buena parte de su éxito depende de la complementariedad que se establezca con programas que en la mayoría de casos ya existen y que quedan cojos, no porque se desarrollen de manera incorrecta, sino porque no pueden alcanzar el amplio abanico de necesidades planteadas. En el trasfondo de esta estrategia de trabajo hay la voluntad de universalizar la cultura, entendida como servicio público y con criterios de inclusividad. En este sentido es interesante echar un vistazo a la Encuesta de Participación y Necesidades Culturales en Barcelona, presentada en febrero de 2020 por el Institut de Cultura de Barcelona (ICUB). Remarcamos la fecha de su presentación para constatar que el abanico de necesidades y carencias descritas no tienen nada que ver con los efectos de la crisis por el Covid-19, en un momento en que parece que todos nuestros males vienen del virus. La enfermedad de la desigualdad ya la sufríamos desde bastante antes de la crisis sanitaria que, si acaso, se ha encargado de ponerla en evidencia y multiplicar sus efectos. La encuesta muestra las desigualdades en el acceso a la cultura en la ciudad de Barcelona y explora sus causas. En esta línea es especialmente interesante seguir la trayectoria del investigador Nicolás Barbieri, que ha liderado el trabajo y que cuenta con una amplia trayectoria en la investigación y denuncia de las desigualdades y su efecto en la limitación de acceso y disfrute de los derechos culturales.

 

En cualquier caso, la estrategia de aproximación del mundo de la cultura y el arte a las realidades juveniles no tiene que sustituir sino complementar los programas de difusión activa de los fondos de los centros museísticos y de patrimonio, de las líneas expositivas que buscan el contacto con nuevos colectivos de creadores, con el trabajo de centros de creación o producción artística y, muy singularmente, con los proyectos de integración de la vivencia artística y creativa en los centros de enseñanza, de los cuales tenemos muestras excelentes en lo que se refiere a la calidad, pero desgraciadamente escasos en cuanto a su extensión y capacidad. O sea, que todos estos programas, siendo positivos y necesarios, son insuficientes para acceder a amplias capas de jóvenes que tienen una relación escasa o nula con los sistemas de difusión cultural y estímulo de la creatividad que promueven las instituciones. En definitiva, y para decirlo de una manera clara y sencilla: el problema no reside en las cosas que hacemos sino en las que no hacemos.

 

 

 

 

Un cambio de estrategia

 

Tenemos tan institucionalizado el saber y el conocimiento sobre qué es cultura y qué es arte, que expulsamos de ahí a los jóvenes. Lo viven y lo perciben como un mundo cerrado que sólo te admite si aceptas unas reglas predeterminadas. Es probable que no exista esta intención en la gran mayoría de agentes culturales que actúan desde la Administración, pero el contacto llano y cotidiano con los jóvenes demuestra que esta es su percepción. Más allá de preguntarnos porqué se produce esta disonancia entre los objetivos teóricos de las políticas culturales y la manera en la que llegan efectivamente a los jóvenes, hay que modificar en lo esencial la estrategia de aproximación al problema.

 

Para trabajar con los jóvenes tenemos que programar menos y observar más. Observar qué y cómo son las dinámicas y las prácticas juveniles, valorarlas en sí mismas, por lo que son, y no por la proyección que podríamos hacer de ellas en el marco de lo que entendemos por cultura. Observar sin intervenir, facilitar altavoces, ofrecer recursos, otorgar valor y propiciar el diálogo con un sistema de políticas culturales que está poco acostumbrado a bajar a la arena y a cuestionarse a sí mismo. Quizás no hace falta, tampoco, que nos llevemos permanentemente la palabra cultura a la boca. Lo relevante es hacer y promover que se haga cultura. Y el nombre que lo elija cada cual. Los jóvenes, también.

 

 

 

 

 

Sobre el autor

 

Pep Montes es licenciado en Ciencias de la Comunicación y Máster en Gestión Cultural. Presidente de una cooperativa de trabajo asociada de servicios socioculturales entre 1992 y 2006, gerente del Ateneu Barcelonès de 2005 a 2009, director del Consell Nacional de la Cultura i les Arts (CoNCA) entre 2009 y 2011, y desde entonces, gerente de la Associació Catalana d’Empreses del Lleure, l’Educació i la Cultura (ACELLEC). Consultor independiente en cultura, juventud, comunicación y gestión de organizaciones.

 

 

 

 

 

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