Lectura en torno a las XII Jornadas sobre Inclusión Social y Educación en las Artes Escénicas
Este texto nace de las conversaciones mantenidas entre Enric Aragonès Jové —profesional de la educación musical en la EMMCA y la ESMUC—, Eva García —directora artística de las Jornadas— y Poliédrica para imaginar, generando complicidades y colaboraciones, cómo aprovechar las posibilidades inesperadas que nos ofrecía la grabación de esta edición de las Jornadas del Instituto Nacional de las Artes Escénicas y de la Música (INAEM, Ministerio de Cultura y Deporte), celebradas en streaming en octubre de 2020. |
Prólogo
Este artículo no es una crónica, ni tampoco una crítica. Es un ejercicio de cosecha propia a raíz de la XII edición de las Jornadas sobre Inclusión Social y Educación en las Artes Escénicas del INAEM.
Soy de los que, en unas jornadas como éstas, le gusta escuchar papel y bolígrafo en mano. No escribo muchas palabras, pero encontraréis mi libreta llena de flechas y recuadros, interrogantes circundados y asteriscos con todo aquello que tendré que consultar más tarde.
Unas jornadas se proponen no sólo como expositoras de conocimiento acumulado en una rica diversidad de experiencias, sino como generadoras de conocimiento en sí mismas. Se establece un diálogo entre las ideas presentadas, tanto entre las que comparten sesión como entre las expuestas en todas las jornadas.
Este ha sido siempre el planteamiento de estas Jornadas, pero en una edición tan atípica, obligadamente virtual a causa de la pandemia, el reto es aún mayor. Pero también es cierto que, de alguna manera, las jornadas como tales no existen en quienes hablan en ellas, sino en los que las escuchan. Los primeros lo hacen en tal o cual sesión, a veces sin participar en el resto de las jornadas y sin tener la visión global, más aún cuando la participación en estas ponencias y conversaciones se hacía desde puntos geográficos separados.
En cambio, quienes asisten a ellas y escuchan construyen, cada uno de ellos, una versión propia de las jornadas enteras. Con una flecha que atraviesa páginas y une ideas en una libreta, el bolígrafo de un oyente puede atreverse a ignorar la división con la que el programa separa las sesiones. Esto es lo que me propongo. Rescatar de entre mis notas aquellos elementos que reatan estas Jornadas, que reaparecen explícita o tácitamente en cada una de las ponencias, que se reelaboran y renacen en la voz de cada ponente.
I: De derechos y de desigualdades
No en vano, la primera ponencia de las Jornadas llevaba por título el enunciado de la Declaración Universal de los Derechos Humanos en lo referente a la cultura: el derecho a participar en la vida cultural de la comunidad.
Me parece oportuno destacar dos elementos sobre este enunciado que no son gratuitos: es un derecho a la vez activo (“participar en…”) y colectivo (“…la vida cultural de la comunidad”). No se habla del “derecho a la cultura” en general, sino de la participación activa en un hecho comunitario.
Si organizamos unas jornadas de inclusión social, si hablamos de la inclusión social misma, es porque existen la exclusión y los excluidos. Sabemos que no todas las personas ni todos los sectores sociales participan en un mismo grado en la vida cultural de su comunidad. En su ponencia inicial, Nicolás Barbieri nos presentaba los datos de la Encuesta de participación y necesidades culturales en Barcelona (ICUB, febrero 2020). En ella se constatan desigualdades en el acceso y en la participación cultural activa que pueden resultar previsibles, vinculadas al nivel de renta, a las prácticas del entorno familiar, al nivel de estudios y al origen migratorio. En el derecho a participar en la vida cultural de la ciudad, el código postal importa.
En la misma encuesta, sin embargo, se dibuja también una conclusión menos habitual: el valor que las personas otorgan a la cultura es transversal. Las desigualdades que se presentan en la participación no se reproducen en el momento de valorar la importancia de las actividades culturales de todo tipo.
Por eso, la misión redistributiva que atribuimos a los poderes públicos tiene una traducción también en el ámbito de la cultura, un objetivo de equidad en la garantía de derechos. Y es pertinente advertir: la equidad no es ni homogeneización, ni tampoco segregación.
La transversalidad del valor que las personas damos a las prácticas culturales abre la puerta a una oportunidad capital: la cultura puede convertirse en un lugar de encuentro, un espacio de interacción entre diferentes y entre desiguales, entre aquellas personas que de lo contrario no se encontrarían en ninguna otra parte. El objetivo de equidad no puede ser otro que éste.
La misión redistributiva de los poderes públicos en el ámbito de la cultura se traduce en un objetivo de equidad en la garantía de los derechos
Esta idea tuvo eco en las ponencias y conversaciones posteriores. En la siguiente sesión, las cinco ponentes del conversatorio sobre eventos relacionados con las artes escénicas compartían esta misma visión. Se expusieron experiencias de procesos creativos que actuaban como punto de encuentro y de inclusión, con personas con y sin discapacidad trabajando juntas. El encuentro entre diferentes es, en sí mismo, generador y regenerador de cultura.
Pero la emergencia de festivales o iniciativas que trabajan la creación y la exhibición artísticas con un foco especial en la discapacidad se explica, precisamente, porque todavía es muy difícil programar estos espectáculos en circuitos no especializados. Es necesario que estas creaciones se exhiban en las programaciones habituales, ante un público que no busque necesariamente un contenido dedicado a la discapacidad: vencer la barrera de la segregación también en la exhibición y la audiencia. Justamente en este sentido, Inés Enciso exponía el caso del festival Una mirada diferente, que se ha transformado en un grupo de trabajo para integrarse transversalmente en toda la actividad del Centro Dramático Nacional.
El resultado de la verdadera inclusión, de la verdadera cohesión social, es que el espacio de la cultura se convierta, como decía Fernando García hablando de mARTadero (Cochabamba, Bolivia), en “un pedacito fractal de la Sociedad”.
Otra conclusión relevante que se desprende de la citada encuesta es que las desigualdades se producen de forma paralela en el acceso y en la práctica. Son dos caras de la misma moneda, los mismos factores de exclusión atraviesan los diversos lenguajes artísticos en el acceso como espectador y en la práctica como participante. Sin embargo, las estadísticas de hábitos culturales a menudo se han centrado más en la primera de estas realidades que en la segunda.
De esta conclusión se desprende de nuevo una responsabilidad política que Sergio Ramos, en el conversatorio sobre derechos culturales, también explicaba. Ya no es el momento de dar acceso, de proveer productos, sino de desarrollar capacidades y potenciar prácticas. Este cambio de concepción del rol de los poderes públicos en la cultura ya tendría que estar superado, pero sigue siendo necesario insistir en ello.
La equidad no es, tampoco, cultura a la carta, insistía Nicolás Barbieri. Entenderlo así seria claudicar de la responsabilidad de ampliar horizontes, de provocar nuevas conexiones, de posibilitar nuevos encuentros. Si bien el valor otorgado a la cultura es transversal, las necesidades y los intereses se explican también por factores de desigualdad. La decisión no es libre ni informada si no se conocen las oportunidades de participación cultural y disfrute de las artes que tenemos a nuestro alcance, si no se tienen las capacidades para aprovecharlas.
En definitiva, citando de nuevo a Sergio Ramos, la actividad cultural revela la calidad democrática, el cumplimiento o no de la promesa de aquel estado social y democrático de derecho. Había que empezar así las jornadas y quería empezar así este artículo. A menudo ponemos más énfasis del necesario en los beneficios de las artes y las prácticas culturales en la salud, en la educación, en la economía o en el desarrollo personal. Son externalidades, positivas, que no deben hacernos perder el foco del centro de la cuestión: la participación cultural es, principalmente, una cuestión de derechos.
II: De alianzas y uniones
El lema de las Jornadas de este año ha sido: la fuerza de las alianzas. Si algún otro elemento, además de los derechos y las desigualdades, reata y nos ayuda a identificar algunas de las aportaciones más valiosas de estas Jornadas es justamente este.
Si partimos de un contexto de desigualdades y diferencias, y si asumimos también un objetivo de inclusión, serán necesarias intervenciones específicas para responder a las diversas necesidades, para llegar a algún lugar común desde lo que es diferente. Varios ponentes destacaron hasta qué punto son necesarias las alianzas entre las instituciones culturales “clásicas” y todos los otros tipos de equipamientos y servicios.
Sergio Ramos nos recordaba que los espacios culturales de proximidad ya aparecieron en su momento como espacios donde ver y donde hacer, con una visión de la actividad cultural autogeneradora de personalidad y de mejora para la comunidad. Fernando García proponía, en la misma conversación, ir incluso más allá y resignificar los centros culturales con una nueva concepción donde entra en juego la inteligencia colectiva y el trabajo colaborativo.
Cristina Alonso compartía su experiencia innovadora en el Prat de Llobregat, con una gestión de las artes en vivo que articula los programas, servicios y equipamientos implicados con una lógica de sistema, dando respuesta a todos los elementos de la cadena de valor. Esta nueva propuesta implica un reto organizacional importante, exige flexibilidad y maleabilidad. Los equipamientos, diversos en los formatos y en los lenguajes, representan múltiples puertas y caminos de acceso a las prácticas culturales. Entenderlos como un sistema en red supone, incluso, ir más allá del concepto de alianza.
La experiencia del Prat es un paso atrevido hacia un reto todavía mayor. Esta lógica de sistema entre equipamientos y servicios culturales debería poderse trasladar incluso más allá. Por un lado, articulando varias escalas de la administración, corresponsabilizándolas en la eficiencia y la proximidad. Por otro lado, asumiendo que el ecosistema de la cultura en el mundo local integra un espectro de iniciativas públicas, ciudadanas y privadas. Y también, finalmente, desbordando el ámbito mismo de la cultura y la parcelación habitual de las políticas públicas.
En las Jornadas también se proponían las alianzas como remedio contra la precariedad. Nuevamente, podemos entender la precariedad de manera integral. Prekariart, grupo de investigación de la UPV/EHU, señalaba que la precariedad, como carencia, es una pauta hegemónica y transversal. Y se expresa en la cultura tanto a través de la exclusión social de determinadas prácticas como través de la situación de las personas que trabajan en el sector.
La falta de legislación adecuada sitúa el trabajo vinculado a las artes en un entorno de autoexplotación. La pandemia y el parón de la actividad no han hecho sino llevar al límite y desgarrar las costuras de una situación que ya era precaria de base. La cultura es trabajo y, aunque raramente se reconozca, no solo se trabaja mientras dura la actuación. Se trabaja también cuando se crea, cuando se ensaya, cuando se produce, cuando se prepara… La intermitencia es en menor o mayor medida intrínseca al trabajo artístico, pero no tiene por qué ir aparejada con la precariedad.
Del mismo modo, un trabajo de inclusión social en las artes basado siempre en los proyectos de corta duración, en las iniciativas puntuales con financiación inestable o en las experiencias piloto es también una fuente de precariedad. Y es una fuente de precariedad en doble sentido. Por un lado, precariedad para las personas que trabajan en las artes. Por el otro, precariedad en las herramientas mismas y en la posibilidad de lograr objetivos a largo plazo.
Un trabajo de inclusión social en las artes basado en proyectos piloto, de corta duración, puntuales o con financiación inestable es fuente de precariedad
La alianza, la unión, aparece una vez más como elemento necesario para la garantía de derechos, en el trabajo y en la cultura. La alianza es el paso necesario para hacer, de las experiencias y los proyectos, estrategia y política. La alianza crea sistema contra la atomización.
III: De comunidades y paradojas
Si hablamos de alianza, de trabajar en red y de codirigir no podemos olvidarnos de la principal relación que cualquier institución que trabaje en cultura tiene que cuidar: la relación con la propia comunidad.
Más que de una alianza, aquí podemos hablar de un principio de interdependencia en el funcionamiento de estas instituciones. En el conversatorio sobre derechos culturales, Diego Garula nos recordaba que la participación en la gestión de lo cultural es parte también de los derechos culturales de las personas y, como tal, no se tiene que poder delegar ni renunciar a ello. El derecho a la participación cultural y el derecho a la participación política se encuentran, en este punto, íntimamente unidos.
Pero no se trata sólo de una concesión que las instituciones tienen que hacer a la sociedad. Una gestión pública de la cultura compartida con la comunidad es, por definición, más eficaz y eficiente. Es así porque sólo de este modo se puede hacer realidad la misión misma de garantizar la participación de todas las personas en la vida cultural.
Natacha Melo, en el conversatorio sobre la creación de alianzas como remedio frente a la precariedad antes mencionado, también defendía esta gestión compartida basándose en varios argumentos. De entrada, porque aporta una mayor sostenibilidad contra la precariedad habitual. Además, porque permite una visión mucho más sistémica y globalizada tanto del sector en cuestión como del contexto más próximo. Y, en último lugar, porque se establece una corresponsabilidad de ida y vuelta que no se puede conseguir de ningún otro modo.
Sin embargo, que una institución cultural legitimada proponga un espacio de gestión compartida no está exento de contradicciones. En la misma sesión, Leire San Martín hablaba directamente de una paradoja. El museo (o la gran institución cultural) es por definición espacio de norma y, como tal, de poder. La norma define qué está incluido y qué queda fuera, implica exclusión y alteridad. ¿Nos permite, esta condición, tejer una alianza con la población? Hay que preguntarse el tipo de realidad que se representa y se genera con la propia actividad y discurso.
De hecho, hasta la idea misma de pensarlo como una alianza supone ya la construcción de una alteridad. Christian Fernández Mirón, del CAC Condeduque de Madrid, proponía superar esta distinción dentro-fuera. La institución tendría que pensar menos en “la comunidad que la rodea” y más en “la comunidad de la que forma parte”.
El museo como espacio de norma y, como tal, de poder, define qué está incluido y qué no, implica exclusión y alteridad. ¿Nos permite, esta condición, tejer una alianza con la población?
Epílogo
Las Jornadas también incluyeron, como siempre, su parte creativa y de exhibición artística. Además de las presentaciones de artes escénicas, el proceso mismo de la creación se trató en la última sesión de las jornadas, centrada en las personas jóvenes. Varios artistas que acompañan procesos creativos hechos con jóvenes explicaban cómo esta presencia “intrusa” descoloca y deconstruye el proceso habitual de creación escénica. Creo que esta idea ofrece una buena metáfora acerca de muchas de las ideas que hemos tratado. ¿No es descolocar y remover lo que perseguimos cuando hablamos de una gestión compartida de las instituciones culturales?
Buena parte de los proyectos que se expusieron en esta sesión funcionaban, también, como espacio de encuentro para jóvenes de entornos diversos que no interactúan en ningún otro contexto. En este espacio, no solo coinciden, sino que se expresan a través de lenguajes artísticos, crean juntos y exponen una realidad originalmente compartida. ¿No es esto, también, lo que significaría a gran escala participar y hacerlo con equidad en la vida cultural de la comunidad?
Cuando se preguntó a los artistas sobre cómo se construye esta nueva manera de crear, coincidieron en hablar de un “pacto creativo”: el establecimiento de un marco de trabajo que construya un espacio de libertad. La aportación horizontal de todos los implicados desde el reconocimiento de la pericia artística de quien la tiene. Aprendamos de estas respuestas, también como metáfora.
Después de tomar notas y releerlas, toca hacer los deberes. Las ideas y las reflexiones tienen que poder impregnar nuestra práctica diaria, provocar cambio y mejora. Persiste el eco de dos frases de las Jornadas. Christian Fernández Mirón dijo que para una verdadera mediación cultural hace falta tiempo. Y Cristina Alonso nos recordaba: también el amor al contenido se demuestra con presupuesto.
Las Jornadas en tiempos de pandemia
Las Jornadas sobre Inclusión Social y Educación en las Artes Escénicas se iniciaron en 2009, organizadas por el INAEM en colaboración con otras instituciones públicas y privadas. Hablamos con Eva García, directora artística de estas Jornadas, sobre el contexto de la XII edición.
Poliédrica: ¿Cómo se han visto afectadas las Jornadas por la situación que ha provocado la pandemia?Eva García: El equipo de las Jornadas iniciaba 2020 con la voluntad de reflexionar sobre las Jornadas junto con los y las participantes y vislumbrar hacia dónde debían dirigirse. Trabajamos durante meses involucrando a invitados para construir una edición inédita y arriesgada que tendría lugar en mayo. A pesar de cancelar la convocatoria, la organización no dudo nunca de la importancia de celebrar las Jornadas como apoyo real y simbólico a las entidades, profesionales y proyectos, así como por la relevancia de visibilizar, en este momento, el binomio arte-comunidades y el bienestar sistémico que propician. Decidimos hacerlas online desde el cuidado a todas las circunstancias que pudieran darse, aportando facilidades y centrando la presencia internacional en Latinoamérica.
P: En las Jornadas siempre ha tenido un papel significativo la presentación y desarrollo de procesos creativos compartidos ¿Habéis podido dar continuidad a este planteamiento?E.G.: Los principales retos fueron que la creación artística estuviera presente y, en la medida de lo posible, poniendo el cuerpo. Las “Pizcas arte” entre actividad y actividad fueron la salsa para ligar los contenidos y, el primer día, abrimos las puertas del teatro del C.C. Conde Duque con “Memoria Conectiva”, protagonizada por mayores de 65 años. El contacto, que siempre ha sido el valor diferencial de las Jornadas, lo activamos con varias dinámicas anteriores: Preséntate y recomienda, creando una cadena de referencias y miradas sobre proyectos, y el proyecto de cocreación La Mano viajera.
XII Jornadas sobre Inclusión Social y Educación en las Artes Escénicas8 y 9 de octubre | Centro Cultural Conde Duque (Madrid)Organiza: Ministerio de Cultura y Deporte (Gobierno de España)Web de las XII JornadasPrograma de las XII JornadasRelatoría de las XII JornadasVídeo resumen de las XII Jornadas@Jdas_Inclusion |
Sobre el autor
Enric Aragonès Jové —@AjEnric— es coordinador pedagógico de la Escola Municipal de Música-Centre de les Arts (EMMCA) de L’Hospitalet de Llobregat (Barcelonés) y profesor colaborador de la Escola Superior de Música de Catalunya (ESMUC). |